viernes, 8 de junio de 2012

Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus

Un gin con limón. Una habitación de hotel. Una isla mediterránea. Un tipo al que su chica ha abandonado creyendo que una casa no agota todos los mapas. Y un monigote atornillado a la puerta del lavabo que no deja de hablar y que, en su largo monólogo existencial, aúna literatura, la belleza del caos que se extiende ante la ausencia infinita, con ciencia, la fría rigurosidad carnívora del número exacto, del azar entendido como obra de arte que se decapita a sí misma a cada instante.


Un hombre ha sido abandonado por una mujer. Recluido en su hotel, un hotel de una isla mediterránea, un lugar de burbuja, el hombre apura su gin con limón mientras lee el periódico y reconstruye, a partir de pedazos de convivencia que se engarzan como fotografías verbales, su historia con la mujer que se fue para no volver, a la vez que observa, y se deja interpelar, por todo lo que le rodea. Y ese todo incluye el monigote atornillado a la puerta del lavabo de caballeros al que se dirige como “monigote W.C.”. 


Asegura el propio autor que, a veces, “la única manera de hacer poesía es quedarse lo más quieto posible y esperar a que el mundo te afecte”. Algo así hace el dolido narrador de Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, dejar que el mundo que ha sobrevivido a la ruptura le afecte. Un dolido narrador que también es poeta y que es, de hecho, el autor del libro sobre el que está vertiendo los recuerdos de una historia de amor que no es como otra cualquiera porque es la suya propia. 


La forma que adoptan esos recuerdos que, como restos de un naufragio aparecen aquí y allá, en mitad de la estancia del protagonista en el Hotel Port Maó, es la del poema en prosa, un género híbrido que le permite cruzar lenguajes, voces y estructuras. Así, el poeta mantiene una fantasmagórica conversación con la amada ausente y a la vez consigo mismo, a través de un objeto (el citado “monigote W.C.”) que, en palabras del propio Fernández Mallo, “contiene, como todos los objetos que nos rodean, un paraíso o un monstruo a la espera de decirnos algo”. 


Hay amor en descomposición y derrota en esta primera colección de poemas en prosa de Fernández Mallo, pero también hay belleza, una belleza esférica, pues, como dijo María Zambrano y como recuerda el autor/narrador: “Toda belleza tiende a la esfericidad». Y luego está la tensión, auténtico motor del texto, tensión que se genera al poner frente a frente lo irracional y lo racional, lo caótico y lo exacto, el arte y la ciencia. Algo que resume muy bien este verso: “Nuestra historia fue una ecuación. Un acto de fe”. Pero aún hay más. Movido por el Tractatus Logico Philosophicus de Ludwig Wittgenstein, cuyo punto 7, al que alude el título, dicta lo siguiente: «De lo que no se puede hablar, hay que callar», el autor articula una aguda reflexión sobre el lenguaje y el poder de que dispone para marcar los límites de lo real. “Todo es lenguaje, fuera del lenguaje no hay nada, sólo vacío”, asegura el autor. Gran fresco de desposesión, de la derrota entendida como un posible nuevo comienzo, Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus se sirve de una suerte de flujo de conciencia que consigue ensombrecer y anular por momentos el carácter sin duda fragmentario de la experiencia, lo que intensifica esa tensión entre lo unido y lo desunido, lo continuo y lo interrumpido, que, como apunta Eduardo Moga en el prólogo, escenifica la constante batalla por definir al ser.


En palabras del propio Agustín Fernández Mallo, que se autopublicó esta colección de poemas en prosa en 2001, “el libro trata de los hallazgos, de los lúcidos puntos de luz que se aparecen cuando hay una situación que no entendemos”. Admite el autor que “hay sombra en la vida del narrador, pero está llena de luces y destellos”. Así, el primer asalto del que no tardaría en convertirse en uno de los autores clave de la nueva narrativa postpoética española, es una crepuscular reflexión sobre el amor que arde hasta las cenizas, sobre la identidad a punto para el desdoblamiento, sobre la dimensión metafísica del recuerdo y sobre el insoportable peso de la soledad que, lejos de lamentar, catapulta al hombre derrotado a una suerte de atormentada invulnerabilidad. El poeta narrador “ni celebra ni lamenta” y su actitud recuerda, como se apunta en el citado prólogo, a la del herido en la batalla que, apoyado contra una tapia, y fumando, observa la belleza del atardecer y traza arabescos en la arena con su propia sangre. Dolorosamente brillante.


Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) es licenciado en Ciencias Físicas. En el año 2000 acuña el término Poesía Pospoética —conexiones entre la literatura y las ciencias— que ha quedado reflejado en los poemarios Creta lateral travelling (2004, premio Café Món), Joan Fontaine odisea (2005) y Carne de píxel (2008, premio Ciudad de Burgos de Poesía) y en el que ahora se reedita Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (autopublicado por el autor en 2001). Su libro Postpoesía, hacia un nuevo paradigma, ha sido finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2009. 


En 2006 pone en marcha el Proyecto Nocilla, y publica su primera novela, Nocilla Dream, que fue seleccionada por la revista Quimera como la mejor novela del año, por El Cultural de El Mundo como una de las diez mejores, y en 2009 fue elegida por la crítica de Quimera como la cuarta novela, en español, más importante de la década. A ésta le siguieron Nocilla Experience (2008, elegida mejor libro del año por Miradas 2, TVE, y Premio Pop-Eye 2009 a la mejor novela del año, incluido en los Premios de La Música y La Creación Independiente), Nocilla Lab (2009), elegida por la crítica del suplemento cultural Babelia como la tercera mejor novela en español de 2009, y El hacedor (de Borges), Remake (Alfaguara, 2011). Ha sido traducido a varios idiomas. 


Mantiene, junto con Eloy Fernández Porta, el dúo de spoken word: «Afterpop Fernández & Fernández» (música, vídeo y textos). Tiene el blog El hombre que salió de la tarta y, junto con Juan Feliu, el grupo de música Frida Laponia.

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